Bueno, entonces se acabó

Cristina se estaba riendo con un programa inglés de chistes antiguos, dice en el cuento, dejo de leer y sonrío. Anda, no. Es esa cosa. Es la cosa. COSA. ¿Cómo puede ser posible, que todo este tiempo yo haya tenido la sensación de que existe, y al mismo tiempo que no era cierto que existía pero yo la sentía ahí? Es como cuando estuve consciente de la corriente de mi pensamiento, había dos o tres sucesos terribles, "impensables", que los dije dentro de mi cabeza, y otra voz salió del fondo, de algún lugar del cráneo, y en un susurro lleno de odio: "cállate".
Da miedo. Una voz rara en la cabeza, para mí, que soy cien por ciento lúcido. Es imposible, pero ahí está. Es y no tiene explicación.
Me levanto al baño, dejo ese papel firmado con un "anónimo". Había escrito otras dos o tres ideas más. Todas tontas. Cristina voltea y me ve. Su cara tiene unas ojeras de miedo nocturno. Comienza a leer. Escribes que yo me estaba riendo con un programa inglés de chistes antiguos, según así iba un cuento. ¿Crees que sea éste? Has dejado de leer y sonríes. Tienes miedo, creo, a una Cosa. Es como cuando descubriste que jamás podrías alcanzar la verdad, de ninguna forma, con ningún método, y aún así conservaste la fe en la humanidad. No te explicaste cómo en todo este tiempo creíste que serías para la idea de progreso un fiel seguidor. El presente es lo único seguro. El problema son las limitaciones sensoriales. Con los cinco y uno misterioso llamado el sexto sentido, pretender deducir las verdades últimas. Ahora yo me río. Sí, muy bien, esto me gusta. Quizá esa voz detrás de tu cabeza ha sido la consciencia. Tuya y mía y de todos. ¿Crees que yo soy la consciencia personificada? ¿La que te está diciendo que tu texto está mal, que no existo en realidad? Cállate. Existo. Soy yo la que habla ahora. Sí, como pusiste aquí, alzo la voz, ¿y qué? ¿acaso te importa? Dices que no tengo explicación, sin embargo no es o soy nada, simplemente no me has buscado. Simplemente no comprendes tu límite, tu estúpido... límite. Ahora dejo caer las hojas, tus ojos me buscan. Sabes que estoy en la sala, viendo un programa inglés de chistes antiguos. Empiezas a escribir algo, crees ser alguien, pero acabarás firmándolo como anónimo. Y tu idea es esa, que algo te da miedo, algo circular y repetitivo. Repetitivo. En otros planos. Así piensas alcanzar una imitación barata de la esencia de Dios. La segunda idea es una imitación de la primera también, sirve para que entienda tu miedo. Te da... miedo, el hecho de que haya una voz dentro de tu cabeza, que tú crees que soy yo, o que es la consciencia, porque una vez juraste con sangre en el papel que estaría yo dentro de ti, por siempre. Y por siempre. Este juego me aburre, desviaré mi atención hacia el televisor en tres... dos... uno...
Ahora escucho la risa de Cristina, los chistes antiguos y en inglés siguen fluyendo, se me ha ocurrido hacerlo en un plano. Sería el primero. Ella ríe, yo, anónimo, escribo, luego ella lee, y a tiempo en lo hace el mundo se construye, me nombra a mí, cuando lee esas frases que hablan sobre ella misma, siente que es mi consciencia. Cree que soy un límite, que soy un pasado y un futuro incomprensible, la imposibilidad de un presente sin ella, mi consciencia. Cristina, este cuento es para ti.
Anónimo.
Me levanto y dejo el papel, te acercas para leerlo, oigo un susurro suave cuando voy al baño, filosofas y dices que te aburre, que verás la televisión en tres... dos... uno... Cristina, empiezas a reír con un programa inglés de chistes antiguos, mientras te invento con mi lápiz. Me dices que me calle. Tengo miedo por lo repetitivo de tu voz dentro de mi cabeza.